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¿Cómo surgieron los desfiles de moda?

Las grandes pasarelas son hoy en día eventos que se siguen por mucha gente para ser testigos de las nuevas tendencias, tal vez para seguirlas e imitarlas, tal vez sólo por mera curiosidad; por lo que sea, no podemos evitar estar al tanto de los anuncios de los grandes desfiles de moda que se llevan a cabo a lo largo del año, y sus propuestas extravagantes que se muestran en cada una de ellos, pero en este post nos gustaría contarte sus orígenes.

Algunas investigaciones refieren que los desfiles o presentaciones de moda eran, al principio, totalmente exclusivas en salones decorados o residencias con un público estrictamente seleccionado. Las colecciones debían ser de alta costura, lo que implicaba, que cada prenda debía ser única, hecha a mano en un taller a la medida.

Charles Frederick Worth, diseñador de moda a quien consideramos el padre de la alta costura (Haute Couture), llegó a París tras siete años de estudios en Londres. En 1858 fundó uno a su socio Bobert su propia casa de moda en la Rue de la Paix, de la cual en 1871 toma la dirección absoluta. Fue el primer diseñador en firmar cada una de sus creaciónes combo si se trataran de piezas de arte. Tamnbién fue el precursor de lo hoy conocemos como «Fashion Week», ya que una vez al año mostraba su colección con la intención de aumentar sus ventas. Y por si fuera poco fue el primero en imponer sus propios diseños.

Durante la Segunda Guerra Mundial, la moda perdió fuerza. Sin embargo, Eleonor Lambert, impulsó la fundación de Press Week en 1943 para promover la industria de la moda, en donde, el principio, solo acudían menos de 60 editores.

Press Week tuvo tanto éxito que Milán, París y londres siguieron sus pasos, donde diseñadores reconocidos como Dior, Yves Saint Laurent y Givenchy se presentaban. Por lo que, alrededor de la década de los setenta, ochenta y noventa estas ciudades comenzaron a organizar oficialmente las semanas de la moda.

Anteriormente, todas las presentaciones de las colecciones se realizaban en un lugar fijo como el Carrousel du Lubre, en París. Sin embargo ahora las grandes firmas alquilan espacios como aeropuertos o casinos, para darle un toque auténtico a sus pasarelas.

1975 es el año de la creación oficial de la Settimana Della Moda en Milán con el apoyo de la Cámara Nacional de la Moda Italiana que fue quien estableció el primer calendario oficial.

En 1984 comienzan los desfiles en Londres. Lo que recuerda a la Fashion Week londinense tal y como la conocemos en la actualidad comenzó en un parking situado en el oeste de Londres. Con el apoyo de la edición inglesa de la revista Vogue, el gobierno británico aceptó el patrocinió de este vento que puso en escena a jóvenes diseñadores como John Galliano o Betty Jackson.

En 1993, el Consejo de Diseñadores de Moda Americano anuncia la centralización de sus desfiles en el Bryant Park de Nueva York. Hasta esa fecha, habían tenido lugar en boutiques o en los talleres de los diseñadores, pero el derrumbe de un techo durante un desfile de Michael Kors precipitó esta decisión.

En 1994 la Semana de la Moda en París comienza a celebrarse en el Carrousel du Louvre. Con este anuncio, la Cámara Sindical de la Couture pretende simplificar los desfiles. En el 2007 se celebran más de 40 Fashion Weeks en todo el mundo. En el 2010 la Semana de la Moda de París abandona el Carrousel du Louvre, y la de Nueva York se instala en el Lincoln Center. La razón de estos cambios es que estas localizaciones se habían quedado pequeñas, y también porque el decorado a la hora de presentar un desfile resulta clave y en estos espacios se encontraban muy limitados.

En la actualidad, podemos decir que se celebran más de 140 Fashion Weeks en todo el mundo donde durante el tiempo que dura el show las grandes marcas del mundo de la moda y del lujo procuran trasladarnos a una tercera dimensión. Siempre magnificamente bien orquestados y reservando más de una sorpresa, los desfiles en las actualidad se han convertido en auténticos espectáculos, con puestas en escena que contribuyen a transmitir el espíritu de las marcas.

Ha sido un largo camino recorrido por cientos de diseñadores que muestran su arte en las pasarelas, sin embargo, es inevitable ignorar la mayoría de las veces las excentricidades de cada pieza o incluso su simpleza, todo depende del cristal con que se mide, y claro, de los gustos personales de cada persona.

En Jm2Foto sabemos del cuidado especial que deben tener las prendas de alta costura, por ello cuidamos nuestro servicio fotográfico al máximo detalle, con la máxima profesionalidad y ofreciendo el factor humano como factor diferenciador. Para que con nuestras imágenes nítidas, claras y bien iluminadas puedas vender tus propios diseños en tu web o en las redes sociales a tus seguidores más fieles.

 

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La relación entre el cine y la moda

Desde los primeros años del cine, la moda ha utilizado el celuloide tanto como fuente de inspiración así también como publicidad y transmisor de ideas. De la misma manera, la industria cinematográfica, se ha valido de la moda y las tendencias para definir la psicología de sus personajes, así como también para contextualizarlos.

El cine tiene la capacidad de retratar mundos desconocidos y descubrir historias resguardadas, por eso ha recurrido muchas veces al mundo de la moda para encontrarlas, funcionando como una fuente inagotable de relatos de todo tipo. Desde biopics y adaptaciones de libros, hasta ficciones e historias inspiradas en hechos reales, la moda ha sido objeto de interesantes películas.

Hablar de esta relación tan estrecha entre ambos sectores es inmiscuirse en un laberinto enorme de múltiples aristas y enfoques.

Una de las actrices que mejor personificó el impacto del cine en la moda femenina fue la alemana Marlene Dietrich. La gran diva del cine de los años treinta y cuarenta del siglo XIX hizo su debut en 1930 con El ángel azul, la primera película sonora europea, dirigida por Josef Von Sternberg. En la cinta la actriz aparecía luciendo una silueta esbelta fuera de los patrones de la época, y un guardarropa inspirado en el vestuario masculino que la convirtió en una precursora del estilo andrógino.

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Poco después, en la cinta Morocco (Marruecos), del mismo director y año, la actriz escandalizó al mundo al aparecer con chistera, frac y corbata de lazo. Dietrich trabajó al principio de su carrera con los grandes diseñadores de Hollywood, desde Travis Banton a Edith Head y Jean Louis, y más tarde la vistieron los grandes representantes de la alta costura de su época, entre ellos Lanvin, Lelong y Vionnet.

Si tratamos de personajes cuya personalidad y apariencia conquistaron al público de manera fulgurante, Holly Golightly es una referencia obligada. Este personaje, interpretado por Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes, dirigida por Blake Edwards en 1961, se convirtió en un ícono popular cuya influencia impuso un nuevo estilo marcadamente sobrio y elegante. Las grandes gafas de sol negras con las que aparece la actriz en varias escenas hicieron furor entre las jóvenes de su época, y el traje negro de noche diseñado por Hubert de Givenchy —reinterpretación de la petite robe noire creada en la década de 1920 por Coco Chanel— se convirtió en una prenda obligatoria de toda mujer con estilo, gracias a la película. Hepburn hizo de Givenchy su modisto de cabecera, convirtiendo esta relación en una de las más fructíferas colaboraciones entre modisto y actriz.

Otra de estas fecundas alianzas, nacida en los platós y mantenida fuera de ellos, se dio entre la actriz Catherine Deneuve y el modisto Yves Saint Laurent, a quien el cineasta Luis Buñuel encargó en 1967 el vestuario de la actriz francesa, protagonista de su obra maestra Belle de Jour (Bella de día). Gracias a este papel, Deneuve se convertiría en musa de los principales diseñadores de su tiempo.

En cuanto al mundo masculino, Cary Grant es entre los actores el mejor representante de la elegancia clásica y se destacó a lo largo de su dilatada carrera por su impecable vestuario. Por su parte, Humphrey Bogart protagonizó Casablanca, dirigida por Michael Curtiz, un filme de 1942 en el que el actor populariza la gabardina, que hasta entonces sólo era usada en los uniformes militares y pronto, gracias a él, se volvió una prenda de uso común.

El estilo sencillo y urbano con el que apareció James Dean en Rebelde sin causa, película dirigida por Nicholas Ray en 1955, es uno de los más influyentes en la moda masculina del siglo XX. La combinación de pantalones vaqueros, camisetas básicas y botas desgastadas, unas prendas hasta entonces sólo usadas para el trabajo, se trasladó al armario de todos los jóvenes del planeta.

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El cine también tentó desde sus comienzos a muchos de los más brillantes modistos del siglo pasado, aquéllos que crearon la alta costura. Cuando Hollywood se convierte en la meca del Cine, Madeleine Vionnet, Madame Grès y Mariano Fortuny no dudaron en desplazarse desde Europa para trabajar en los grandes estudios de Los Ángeles.

El modisto español Balenciaga también se sintió atraído por el séptimo arte y llegó a diseñar el vestuario de más de una veintena de películas en las que trabajaron las actrices más notables. Pero sólo el gran Christian Dior consiguió en 1953 el Óscar al mejor vestuario por su trabajo en la película Estación Termini, del italiano Vittorio de Sica.

En los caminos cruzados del cine y la moda también es muy común ver a actores y actrices famosos posar en las revistas de moda y desfilar para los grandes diseñadores. Del mismo modo, varios modelos de la industria de la moda han dado el salto a la gran pantalla.

Además, desde hace años la ceremonia de los Óscar ha devenido en un gran desfile de moda abierto al mundo donde los diseñadores buscan la mayor difusión al elegir a los actores y actrices que mejor representen los valores de sus diseños. Asimismo, el mundo de la moda ha resultado un argumento atractivo para el cine. Como muestra, dos botones: Prêt-à-porter de Robert Altman y El diablo viste de Prada de David Frankel.

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El origen de la fotografía publicitaria

Con la llegada de la Segunda Revolución Industrial y el posterior final de la Primera Guerra Mundial dio lugar a una mayor necesidad de comunicación comercial. El capitalismo nació con una brutal fuerza y con él las marcas. Esto llevó a la preocupación lógica por la diferenciación entre las mismas. ¿Cómo hacer que el público me elija a mi antes que a mi competencia si ambos tenemos un producto muy similar? Mediante comunicación. “Señores, vengan a mi tienda que mis productos son más bonitos y baratos”.

Esta reflexión nos acerca a los padres de la fotografía publicitaria, Kertész y Outerbridge. Para Kertész la fotografía se podía definir en una palabra: descripción. El autor no concibía sus imágenes si no estaban ligadas a la vida. Dentro del sector publicitario, esta forma de pensar le diferenciaba claramente al no tratar de captar la mirada del espectador enfatizando la belleza de productos industriales impersonales.

Por su parte Outerbridge opinaba que se podían lograr imágenes que se explicasen por ellas mismas. Para ello, defendía que no era necesario recurrir a textos explicativos o pies de foto. Paul Outerbridge era un fotógrafo que pensaba siempre en clave artística, es decir, su objetivo era crear obras de arte a través de la fotografía.

Después de un tiempo se descubrió que la elegancia visual de la publicidad animaba al consumidor a adquirir los productos. Sin embargo, hoy día, el valor de la fotografía publicitaria no se mide por su nivel artístico sino por su funcionalidad, es decir, por el resultado de la campaña publicitaria y los objetivos cumplidos. ¿Significa esto que la fotografía en si, alejada de sus elementos de diseño gráfico, carece de valor estético? Desde luego para nosotros no, pero bien es cierto que se hace muy complicado apreciar la belleza en estas cuando vienen acompañadas de texto, foto del producto en un lateral, etc.

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En fotografía publicitaria poco queda de aquellos primeros anuncios en los que sólo se enseñaba el producto y se exclamaba alguna de sus virtudes. Hoy en día, estos productos llevan añadidos valores que, o bien la publicidad quiere resaltar, o es ella misma la que se los otorga.

A diferencia de otros géneros fotográficos, la calidad de una imagen publicitaria se puede medir, y se mide, de una forma muy sencilla: si aumentan las ventas, es buena; si no… cambiamos de publicista. En definitiva, su calidad artística y su dificultad técnica importan, naturalmente, pero solo si ayudan a incrementar la cuenta de resultados del cliente y/o el prestigio de la marca.

Para que una foto consiga convencer al cliente potencial debe cumplir varios requisitos y, aun así, su éxito no está garantizado. Estos son los mínimos:

1. Atraer la atención: Conseguir una imagen que capte la mirada del público. Hacerla llamativa de un modo en el que no pase desapercibida para el cliente potencial y pueda ser recordada en el futuro.

2. Transmitir una idea concreta: El anunciante tiene una idea que ha de ser plasmada en la foto; si esto no se consigue o se provoca el efecto contrario puede tener consecuencias nefastas.

3. Animar a la compra: Empujar al cliente a comprar el producto. Una vez captada su atención y transmitida la idea del anunciante el destino final de la foto comercial debe ser estimular la compra.

Además de todo esto, dar una buena imagen resulta primordial, por lo que se ha de tener cuidado con el mensaje transmitido o la fotografía en sí misma. Más que representar una realidad, la fotografía publicitaria debe crear escenas que, de algún modo, resulten apetecibles, a menudo apelando a los sentimientos del cliente potencial más que a la propia descripción del producto.

Una de las técnicas creativas suele ser la metáfora, que compara lo que vemos con las características que el anunciante quiere darle al producto.

Uno de los recursos más utilizados en fotografía publicitaria para conseguir su finalidad, es decir, llamar la atención, permanecer en la memoria del cliente y realizar la compra final, suele ser el sexo.

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La publicidad está inundada de connotaciones eróticas y el sexo ha sido utilizado como instrumento de persuasión casi desde sus orígenes de la publicidad, incluso a veces de manera subliminal. Se suele utilizar una mezcla de estética, glamour y sensualidad basada en el cuerpo femenino, aunque cada día abundan más las campañas con protagonistas masculinos.

El uso del erotismo se basa en el funcionamiento complejo del cerebro humano, donde el deseo sexual ocupa una parte importante. Sin embargo, la fotografía publicitaria mantiene una cierta ética o moral cuyos límites no suelen ser sobrepasados. Aunque siempre puede haber alguien dispuesto a llegar «un poco más lejos», no suele estar bien visto y el sector se autoregula.